martes, 8 de diciembre de 2009
Zorra de ónice
Has estudiado
en las mejores academias,
en las cabañas de pantano,
en los peores burdeles,
los de pasta.
Tu procedencia impía
te ha abierto muchas puertas.
Siempre lo he sospechado,
cuando me llevabas
por autopistas
abandonadas y en ruinas,
y caminando sin rumbo
te descubría por sorpresa
con ese hierro candente,
al rojo,
que te gusta tanto,
dibujando símbolos y cábalas
en mi espalda.
siempre que haciendome
el dormido
notaba como espolvoreabas
trozos de tu piel,
viejos y machacados,
para que yo los inhalase
mientras le susurrabas
palabras extrañas
a tu horrible gato
que me soplaba los tobillos
y luego te miraba
buscando tu aprobación.
Se me detenía el corazón
cada vez que hacíamos el amor
y me daba cuenta de que esos,
no eran tus ojos.
De que esa, no era tu expresión,
de que te habías alquilado
por un rato a alguna de tus
espantosas amigas del colegio.
Apostandote lo que no tenias,
y perdiendolo como siempre.
Cada vez que te hablaba
de niños,
y amanecía el cielo amarillo,
enfermo.
Cada vez que me despertaba
y te encontraba sudando,
sin estar allí.
Debí suponerlo.
Cada vez que tu gato
se ponía entre los dos
cuando te tocaba los pechos
por la mañana
en la nevera.
debí caer en la cuenta
cada vez que me prohibías
entrar en tu cocina secreta
para elaborar tus pócimas.
Cada vez que se te erizaban
los huesos.
Huesos que yo no tenía,
ni nadie que yo conociera.
Cada vez que me prohibías
entrar en tu biblioteca,
con tu libro de conjuros
odioso.
Con tus pergaminos y cartas,
con tus ratas parlantes,
y me sentaba en el suelo
para contar las cuchillas
de mi motosierra
como si fuera un rosario
mientras rezaba al dios
de los lugares vacíos.
Y te decía que pusieras
los pies en el suelo,
pero tu siempre andas
de rodillas.
Luego...
Encendías la televisión
y te tumbabas en el sofa,
y te sacabas un pecho
por encima del vestido negro
de tu abuela,
el que siempre llevabas.
Y me invitabas a estirarme
contigo.
Y me mesabas el pelo,
y me dabas de beber filtros,
y me cortabas el filete
despacio, sin prisa,
y me lo ibas dando de comer.
Y el gato infernal
me calentaba los pies
y me lamia los dedos.
Y tu me besabas la frente,
y bajabas el volumen
y me apretabas contra ti.
Era entonces
cuando absorbías toda
mi felicidad,
y era tan dulce
que me sentia unico
y alegre
y me cantabas al oído
historias de niños
cojos y mancos.
Y nos reíamos tanto.
Era entonces,
cuando sabia que estabas
a cien mundos de mi.
Pero que me amabas
porque yo sabia quien eras
aunque no dijera nada,
y porque tu sabias cual era
mi destino.
y eso no te lo ibas a perder.
jamás.
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