martes, 13 de diciembre de 2011

El Oráculo




Catarina no era una mujer mayor, ni fea. Aunque depende del ángulo des de el que la mirases, podía parecerlo, o eso decían. Tampoco había muchas Italianas pelirrojas en Filettino, un pequeño pueblo de quinientos habitantes a noventa kilómetros de Roma. El pelo era herencia de su padre, igual que el apellido, Eamon Mac Cárthaigh. Catarina Ó Cárthaigh.

Mucha gente creía que todos los apellidos Irlandeses empezaban por Ó y que los Escoceses empezaban por Mac. En realidad en Celta, Mac significa hijo de i Ó significa nieto de. El tema de los apellidos era mucho más complicado, pero la madre de Catarina, que también se llamaba Catarina, insistió en que ya era suficiente problema para una chica Italiana tener el apellido Ó Cárthaigh.

Yo, la encontraba preciosa, a mi particular manera.

Catarina no se casó, pero tuvo un hijo, al que llamó Sheamus. A una pelirroja, guapa y joven, en un pequeño pueblo de Italia a mediados de los años cincuenta, nadie le perdonó tener un hijo sin padre, así que no le quedó más remedio que criar al chiquillo por si misma. Catarina heredó la granja de sus padres a los veintiún años, cuando ambos fallecieron por un escape de gas en la planta alta de la casa principal, ambos estaban enterrados en el jardín. Al año siguiente tuvo a Sheamus, en casa, sola.

Cuando yo llegué el chico tenía ya once años. No había recibido la maldición del pelo de su abuelo, pero tenía la cara entera llena de pecas que delataban parte de su ascendencia nórdica. Catarina se ganaba la vida cultivando verduras y alquilando el molino centenario que había a pocos metros de la casa, al lado del río. Por si fuera poco, Molinera. La gente del pueblo lo llamaba el Molino de la Madam.

Yo llegué en invierno, a mediados de Noviembre, justo cuando la fortuna familiar se me había acabado y apenas me quedaba para sobrevivir unos meses. Mi hermano siempre me decía “Gabriel, vas a acabar solo y mal”. Después de que muriera en la guerra, mis tías me habían querido internar en un sanatorio, pero mi padre me educó bien, y pude arreglármelas por mi mismo durante unos cuantos años. Debido a mi invidencia, la cantidad de cosas a las que podía dedicarme eran ciertamente limitadas, pero a mi padre nunca pareció importarle, contrató a los mejores maestros y empezó una empresa de grabaciones para ciegos para que yo la continúase. A los pocos años no me quedaba nada, así que decidí buscarme una habitación en el campo para vivir tranquilamente, escuchando mis discos de música y mis grabaciones, y dedicándome a mi otra gran pasión, la consulta oracular.

Los primeros meses en casa de Catarina fueron bastante problemáticos, hubo que acondicionar la casa para que no me tropezara con todo, pero al final conseguí cierto grado de comodidad. Para Catarina era el huésped perfecto, el dinero le iba muy bien ya que el Molino cada vez daba menos beneficios, y tener a un ciego en casa le daba cierta credibilidad altruista y beata, de la que no andaba falta. Nunca entendí, porque algunas personas parecen creer que los ciegos somos eunucos asexuales carentes de pasión.

Una noche, pillé a Sheamus hurgando en mis cosas en mi habitación del piso de arriba. Catarina jamás subía al piso de arriba des de que murieron sus padres, siempre mandaba a Sheamus a realizar las tareas.

Sheamus, eres tu? - pregunté alzando la voz, airado.
Si Señor Gabriel, lo siento mucho por favor no se lo diga a mi madre, es que... solo quería saber si eran mágicas de verdad - de disculpó Sheamus, muerto de vergüenza.
Las cartas o las monedas? - le pregunté, sentándome en mi sillón al lado del gramófono, e invitando con un gesto al crío, a que se sentara en la cama.
Las dos cosas, he oído en el pueblo que cuando usted les da la fortuna, casi siempre acierta - Sheamus empezó a animarse
Casi?... vaya... parece que tendré que aplicarme más!

Pasamos la tarde charlando, le expliqué las diferencias entre el Tarot Francés y las monedas Chinas del I-Ching. Mi Padre había sido un gran comerciante y filántropo, poco hubiera imaginado que su hijo ciego se ganaría la vida de tal manera. Sheamus no paraba de hacer preguntas, lo noté realmente interesado.

Sabes Sheamus, existen muchos oráculos diferentes, pero todos obtienen su poder de la misma fuente, puedes llamarla energía cósmica, sugestión o magia, como te parezca. - intenté explicar al chico
No se que significa sugestión - preguntó Sheamus, con un tono que no admitía réplica.

Cuando se ponía así era imposible escapar a su voraz curiosidad, y a mi a veces se me olvidaba que hablaba con un crío, pues después de toda la vida realizando muchas de las tareas propias del hombre de la casa, aquel chiquillo tenía un porte muy maduro.

Pues el poder que tiene, creerse algo aunque no se sepa realmente si es cierto, como algunas religiones, por ejemplo. - le expliqué, en tono cordial.
No se si lo entiendo del todo.
No importa, ya lo entenderás. Mira, creo que tengo algo para ti, mucho más adecuado.

Busqué en el fondo de la mesilla redonda que utilizaba cuando leía la suerte a los habitantes del pueblo, coloqué una mantel de terciopelo blanco que me había regalado mi madre y vacié el contenido de un pequeño saquito de gamuza granate, las piedras cayeron en cascada tintineando. Sheamus las miró maravillado.

Que son? - preguntó, inquieto.
Son Runas, un oráculo Celta. Según tengo entendido tu tienes sangre Irlandesa.
Como se usan?

Le expliqué como funcionaba el oráculo, hacía rato que sabía que su madre estaba escuchando des de la escalera, sin acabar de subir al primer piso. Los ciegos escuchamos mucho mejor que las demás personas. Trabajé muy bien cada una de mis palabras, quería mostrarme como un hombre culto, atento e inteligente. Pasamos así mucho rato, mientras Catarina escuchaba, debí hacerlo muy bien, pues durante las siguientes semanas Sheamus sólo vivió para consultar las Runas y preguntarme por el Oráculo.

Catarina se mostró des de ese día mucho más amable y atenta. Una noche después de acostar a Sheamus nos quedamos solos en la cocina, Tchaikovsky y su Pas de Deux sonaban lejanos en el gramófono, bebimos vino, hablamos y hablamos, el vino hizo su efecto y Catarina apartó con cuidado la mesa de la cocina, me hizo levantarme y bailamos durante lo que a mi me pareció una dulce eternidad, luego nos besamos y aquella noche fue la primera en la que dormimos juntos.

Tuve que hacerme el sorprendido, como si yo no tuviera ni idea de que todo esto iba a ocurrir.