domingo, 6 de diciembre de 2009
Relato 4 - HARRIET
“De confirmarse su edad, Harriet, la tortuga que tenía cinco años cuando Darwin llego a Galápagos, sería la criatura más antigua de la Tierra, según informa hoy el diario británico The Times.” - que se sepa, añado yo -
Hoy cumpliría ciento setenta y cinco años, pensó Harriet mientras comía berenjenas, judías y perejil. Peter Wickman, el conservador del zoológico de Australia, donde Harriet vivía desde mil ochocientos cuarenta y uno, era testigo de su longevidad, y de otros atributos de la vieja tortuga, que la gente desconocía.
Peter encendió el pequeño motor de gasolina que proporcionaba electricidad al recinto de Harriet. Las luces parpadearon, era temprano por la mañana, el frío se hacia latente en los erizados pelos de Peter, y en la cabeza recogida y temerosa de Harriet, oculta dentro de su enorme caparazón. Siempre había un poco de niebla por las mañanas en el zoologico, frío niebla y humedad eran las tres constantes habituales. Unos monos gritaron al fondo, mientras se peleaban por el desayuno, y un rinoceronte joven, bostezó con los ojos cerrados.
“Buenos días a todos, habitantes de Bristbane, hoy tenemos una gran noticia, nuestra querida tortuga Harriet va a cumplir ciento setenta i cinco años! Desde la WKRP le deseamos un feliz cumpleaños y que cumpla muchos más!”
La radio se encendió con la llegada de la energía del generador a gasolina, Harriet asintió, dentro de su caparazón, sacó la cabeza un instante, mordisqueó otra berenjena y esta vez ya no volvió a meterse dentro. Era un viejo transistor de los años treinta, uno de los primeros que se fabricaron, se lo había regalado la mismísima nieta de Charles Darwin, cuando Harriet cumplió los cien años, parecía que aquel aparato, le había devuelto la vida. No en vano los primeros dispositivos estaban realizados con algunos materiales, que hoy en día a nadie se le ocurriría incluir en un objeto de uso cotidiano.
- Buenos días Harriet, ya has decidido despertarte? - preguntó Peter.
- Por supuesto, sabes que siempre me despierto cuando enciendes el generador, no esperarás que a mi edad cambie de costumbres, jovencito.
- Hey! Que yo soy viejo también, al menos para los humanos! - contestó divertido Peter. Harriet siempre conseguía arrancarle una sonrisa por las mañanas
- Setenta años, bah... yo a tu edad todavía retozaba alegre entre los juncos, con mi Tom... - de pronto Harriet enmudeció, hacía tiempo que no pensaba en Tom.
- Harriet...
- No pasa nada... estoy bien.
Tom era la otra tortuga que Sir Charles Darwin se trajo de la Española, en su eterno viaje en el Beagle. Inicialmente eran cuatro, Harriet tenía entonces solo cinco años. Dos de las cuatro murieron a la primavera siguiente, las otras dos, Tom y Harriet fueron llevadas a Plymouth y luego a Bristbane. El roce hace el cariño y aunque al principio Tom era un poco rudo, al final Harriet se enamoró completamente de él, se casaron en mi ochocientos cincuenta y nueve.
Tom murió en mil novecientos ventinueve, pero no quisieron decirselo a Harriet, pensaron que no lo superaría porque ya era muy vieja. En su lugar, le contaron que había desaparecido, que quizás la habían raptado traficantes de reptiles para incluirla en la colección de algún magnate ricachón, Harriet se consolaba con eso.
- Sabes, de hecho me siento mejor que nunca! - Harriet sonrió esplendida. Acabó su desayuno y salió al patio, un vallado bastante amplio, no en vano ella era una de las estrellas del zoológico. Harriet extendió su largo cuello, se encaramó a la valla y apoyada en sus codos se hizo trompeta con los huecos de las manos.
- Murphy! - gritó Harriet, apuntando su trompeta manual hacía el vallado del rinoceronte joven – Muuurphy!!
- Que si! Que si! (vieja choha, musito por lo bajini Murphy) ya la he oído señora Harriet! - el rinoceronte se acercó a la parte de su vallado que quedaba más cerca de la de Harriet, mientras, Peter limpiaba un poco la caseta de Harriet y escuchaba la radio.
- Hoy cumplo ciento setenta y cinco años sabes Murphy! - masculló orgullosa Harriet.
- No puede ser señora Harriet, no aparenta usted más de, uhmm, no más de ciento veinte sin duda. - la halagó Murphy con aire picarón.
- Jajaja – se rieron los dos al unísono.
Varios Habitantes más del zoológico fueron desperezandose y mientras desayunaban saludaron a Harriet desde sus respectivos vallados.
- Hey harriet! Estas para comerte! Jeje - le rugió Howard el león desde lo alto de su roca – si tuviera ciento cincuenta años más ibas a saber lo que vale un peine!
- UOH! Será descarado este León! - Harriet fingió escandalizarse – vamos vamos,
- Felicidades Señora Harriet! - gritaron todos los monos, gacelas y loros.
Thompson, un orangután viejo pero muy enérgico le tiró un plátano de su desayuno.
- A su salud señora Harriet! - la felicitó desde lejos.
El plátano cayó justo a las espaldas de la tortuga. Esta dejó de apoyarse en la barandilla con los codos y lentamente se dio la vuelta para recoger el plátano, que había caído entre su caseta y la valla.
“ bien amigos! Como sabemos de sobras que nuestra querida Harriet escucha mucho la radio, y todas las mañanas se levanta con nuestro programa, hemos decidido darle una sorpresa, tenemos aquí con nosotros a Tom! la tortuga que la acompañó durante tantos años hoy ha venido de visita a la radio, buenos días Tom “
A Harriet le dio un vuelco el corazón, durante un instante pensó que no le volvería a latir nunca. Se acercó a la radio lentamente y musitó.
- Tom? Eres tu? - sabía que no podia escucharla, pero le salió sin querer.
“ Hola Harriet, he venido hasta la radio para desearte un feliz cumpleaños, espero que todo te vaya bien, yo estoy muy bien, viviendo en casa del sultán de oriente, tengo todos los lujos que uno se pueda imaginar. Me han dicho que tu tampoco vives nada mal y que tienes muchos amigos. Me alegro sinceramente, bueno, Felicidades! Jeje, me gustaría decirte, que todavía te quiero mucho, cuidate!”
Harriet murió poco tiempo después, el 23 de junio del 2006, rodeada de sus amigos. Peter Wickman, veló por ella toda la noche. Peter comunicó a todos los animales que había muerto feliz, y que las últimas palabras que había dicho fueron.
- Maldito truhán, menos mal que en Oriente no hay tortugas, adiós Peter.
Mientras le decía estas palabaras, Harriet miró a Peter de reojo, por encima de las gafas, durante unos eternos segundos. Peter le aguantó la mirada todo lo qeu pudo, hasta que finalmente claudicó y sonrojado se puso a llorar. Harriet le sonrío y exaló un largo suspiro, aliviado y feliz. Ahora se reuniría con su viejo Tom, que desde luego, no estaba en ningún harén de oriente.
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Muy bueno este, sí señor. Felicidades Harriet!
ResponderEliminarOstra "vetusta" Jackson