miércoles, 17 de febrero de 2010

Relato 6 - EL FARO


(nota: no revisado)
Durante los últimos cuatro años, había estado al cargo del Faro del Créac'h, en la isla de Quessant, en el finisterre Francés. El faro fue construido en 1859, y el había sido el primer farero. Utilizaba combustible fóssil, petroleo que llegaba al faro a través de una tuberia desde Punta de Pern, atravesando la bahía de Lampaul.

A Jacques Heynold Phylidor, Le pareció buena idea ir unos meses allí a vivir, tranquilizarse un poco, Jacques había nacido en Haití venticinco años atrás. Su padre murió en una revuelta contra los terratenientes en 1849, Jacques tuvo que presenciar como hervian su cadáver, en cuanto pudo se escapó y viajó de polizón en un barco hasta la Bretaña francesa. En una Isla como Quessant, nadie hace preguntas, y si estás dispuesto a trabajar en un faro, menos.

dos veces al mes le traían la comida i los enseres necesarios para sobrevivir. El padre de Jacques le había enseñado a escribir i a leer, así que Jaques se dedicó a la lectura y a contemplar el mar.

La vida, no obstante, no era fácil. El penetrante frío de la Bretaña contrastaba con la tez tostada de Jacques. Frío, lluvia y viento eran constantes a las que no estaba acostumbrado, no a la vez. Pero las semanas se convirtieron en meses, y los meses en años. Leyó a Los clássicos, al construir el faro alguien tuvo el detalle de trasladar unas cuantas cajas de libros antiguos, libros que ya no tenian interés en una sociedad cada vez más industrializada, positivista i utilitarista. Libros que hablaban de la libertad del alma, de la cadencia inasumible del ser, de pulsiones humanas. Libros perfectos para leer encaramado a las rocas del perellón sobre el que se construyó el Faro de Créac'h, en la isla de Quessant.

Jacques a menudo tuvo miedo, miedo mental, inseguridad provocada por la basta extensión de oceano que se extendia a su alrededor, y miedo físico, pues las tormentas que se desataban a menudo y que amenazaban con derribar el faro y no dejar rastro de él. Unos meses atrás, había conocido a un marinero Indochino que acompañó a Philipe, el hombre que le traia las vituallas en su último viaje al faro. El indochino se quedo en Quessant una temporada, Philipe lo contrató en su barco pesquero.

Desde entonces Prathet T'hai, o Tai, había ido al faro un par de fines de semana. El y Jaques consumían opio y miraban el mar, a menudo durante horas, incluso noches enteras, era verano y el clima invitaba a consumir opio. Esa noche Jacques consumió opio, porqué era verano y el clima invitaba, y porque estaba a punto de desatarse una tormenta imponente, lo veia en el color del cielo, en la forma de las nubes, en su respiración rítmica y acompasada con las olas del mar. Durante un momento, al iniciarse el eterno ocaso del sol en la costa de bretaña, Jaques pensó en lanzarse al mar, un instante tan fugaz, que casi no se dio ni cuenta.

Jacques decidió consumir todo lo que le quedaba, no era mucho, pero si más de lo recomendable para una sola persona. Había llegado el momento de encender el faro, se levantó pesadamente, volvió a mirar el sol fugazmente, con sus ojos rasgados tan poco habituales en esas costas y se preguntó si algún Haitiano habría estado antes en Quessant. Probablemente no.

El material para encender el faro se encontraba en la cúpula superior, se había convertido en un hecho rutinario, manivelas, pipetas, brea, comprobaciones. Todo muy rutinario, tan rutinario que Jacques tardó unos segundos en reaccionar cuando el faró parpadeo con una luz tenue y se apagó. No llegaba suficiente petróleo. Empezó a llover.

Con la mirada persiguió la tuberia por donde ascendia el combustible, no parecía que hubiera nada extraño, siguió bajando escaleras y pisos pasando la mano por encima de la canyería, un piso tras otro, extraño. Al llegar a la planta baja el olor del petroleo lo detuvo en seco. Llevaba una pequeña lámpara de queroseno en la mano, la aseguró con fuerza y bajo los escalones hasta el sótano, donde una pequeña bomba hidráulica que funcionaba con el oleaje del mar, suministraba el petroleo necesario al faro, bombeandolo con delicadeza constante.

La bomba estaba rota, todo el suelo del sotano estaba empapado de brea y combustible, Jaques se detuvo justo antes de poner un pié en el liquido viscoso y denso. Calculó que habría más de un metro de petróleo en el suelo. Un sudor frío recorrió sus muslos, se palmeo el pecho y se santiguó. No podía quedarse por más tiempo en el sótano, los gases podian crear una deflagración si entraban en contacto con la llama de la lámpara de queroseno.

Volvió a subir a la cúpula del faro, penso que quizas podría hacer una hoguera con maderas o empapar trapos en brea. Entonces vió la Carabela, lijera, con sus tres mástiles, la distinguió cuando la tormenta se cernia sobre ella, tres mástiles, tres grandes luces. La tormenta estalló entonces, con un terrible estruendo. A Jaques le pareció que conseguia vislumbrar una figura humana en su cubierta, un destello fugaz que se perdió de inmediato en el fragor de las olas.

Jacques se percató entonces, el barco estava demasiado cerca, si no conseguia encender el faro rápidamente, no conseguiría virar a tiempo. Jacques enfocó la mirada, si, había alguien en la cubierta, alguien que le hacía señas, alguien que le invitaba a venir. De alguna forma, lejana en el tiempo y en los recuerdos, sutil como la brisa en las playas de La Espanyola, como todavía llamaba a Haití su madre, Jacques supo que el barco venia a buscarlo a el, que el navio viajaba desde las Antillas cargado de preciosos tesoros, de recuerdos de infancia con su abuela palntando caña de azúcar, de sueños de libertad truncados por el agua hirviente. Jacques entonces tomó una decisión vital, de esas que solo se consideran una vez o dos en la vida, y que poca gente llega a llevar a cabo.

Ese barco no iva a naufragar, el barco donde residia toda su vida, no iba a estrellarse contra las rocas y a convertirse en un amasijo de maderas y cuerdas podridas, donde el musgo del olvido lo acabaría recubriendo todo. Jaques bajó al sótano y lanzó la lámpara a la brea. La explosión se oyó desde Punta de Pern, a pesar de la tormenta y los ensordecedores truenos.

Jacques despertó en el barco, estaba solo, tardó unos segundos en tomar consciencia de si mismo, pero el tiempo apremiaba, aseguró los cabos, tenso las cuerdas y se encadenó al timón, ninguna ola traicionera iba a lanzarlo de nuevo al mar, viró la carabela y esquivó el perellón donde el faro, una columna de fuego que se elevaba hasta las nubes bajas, parecía un puño que se erguía impotente con rábia e ira, Jaques sonrío y un sabor dulce a caña de azucar venido del otro lado del oceano, le recordó a su abuela.

1 comentario:

  1. I aquest... Recordo perfectament el dia que el vas escriure, a Maiol, i jo asseguda als teus genolls. Alguna frase fins i tot diria que te la vaig dir jo ;)

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