Durante el camino que hay desde que salgo por el portal de casa, hasta que llego a la entrada del metro, apenas transcurren siete minutos.
Siempre tengo buena actitud cuando salgo de casa, siempre me han animado las mañanas, recién duchado - agua fría, siempre -, desayunado, con la ropa limpia, buena música - al principio casi siempre suena children of the cave, de black sabbath - y la predisposición del que no tiene nada que perder, parece que va a ser fácil, que vas a disfrutar esos siete minutos.
Siempre me encuentro a la misma gente, no siempre con todos cada día claro, pero cada dia me encuentro dos o tres, al salir de casa, la que nunca falla, es Ella.
Las dos primeras calles son de transición, de introspección, callejuelas que discurren como riachuelos, afluentes de la Ronda Sant Pau. Un preludio perfecto, antes de ver a los de siempre, un tiempo necesario, lleno de experiencias sensoriales, el olor de la panadería es el mejor, cierras los ojos medio segundo, aspiras con fuerza y notas como tu voluntad se derrite, como la fuerza se te escapa. Pero no todo es tan agradable, vivo en el antiguo barrio Chino.
Los containers, tiras la basura y estalla en tu mente un amalgama de matices domésticos, nacidos con un propósito, crucificar tu mente. Es el barrio Chino, la gente vive en la calle todavía, hace vida en la calle, come en la calle, bebe en la calle, lo hace todo en la calle. Día y noche. Al final aceleras el paso con la vista fija en la cafetería del otro lado de la Ronda, si tienes suerte, te encuentras al butronero de Europa del este, paseando sus hurones.
Es un ser humano, una persona común, no hay duda que ha visto tiempos mejores en su vida, pero nadie que no tenga un pasado turbio e incontestable, puede pasear dos hurones a las siete y media de la mañana, siempre con sus pantalones manchados de pintura, su gorra azul desgastada y salitrosa y su sonrisa eterna y un tanto esquizofrenica. Me gusta pensar que un día tomó una decisión, se acabó la mala vida.
Un trecho más adelante, a veces a la par que el butronero, sube el niño del pelo panocha, no es pelirrojo, su pelo es naranja intenso, lleno de pecas, se le intuye que está dando el estirón, con su cara de niño-hombre, sus hombros anchos y su andar desgarbado, lleva la carpeta del cole como una chica, cruzada delante del pecho, y la mochila arran de espalda. Me da pena, se que ese chico no lo va a tener fácil a corto plazo, en diez años, ya hablaremos.
Si he cruzado al otro lado, para comprar el bocadillo - siempre partido en dos, la mitad ahora y la otra a las once -, puede que me encuentre a los rockeros reconvertidos a agentes imobiliários. Me caen muy bien, deben rozar los cincuenta, altos, delgados, con el pelo revuelto y la mirada difícil, están muy enamorados, lo se. Los envidio en secreto durante un rato, mientras black sabbath termina con sus minuto de psicodelia bien ejecutada y Cielo Negro, de Toundra da sus primeros hachazos con el bajo. Yo quiero eso. Yo quiero eso.
Luego viene lo más duro, el ex boxeador del banco. Machacado, desdentado, con su gorro de Rocky, sus pantalones de chándal y su chaqueta de cuero negra y curtidisima. Con la mirada perdida, la mente en blanco, los ojos acuosos y amarillentos, la nariz rubicunda y venosa, el tampoco tiene nada que perder, y eso me asusta.
Luego a veces cruzo, a veces no.
El Chino que prepara las mesas de la terraza con precisión milimétrica me cae mal, es un perfeccionista, odio el perfeccionismo, nos lleva a un mundo de automatismos, desapasionado, coartado, me dan ganas de pegarle una patada a una silla, de subirme a una mesa y bajarme los pantalones, me pone violento. Prefiero cruzar si está el Chino, demasiado aplicado para mi caótico devenir...
... Los borrachos de la plaza Lleialtat, numerosos, sin casta, sin raza, sin credo alguno. A veces me quedo perplejo de los pedos que llevan tan temprano, y se que no es de llevar toda la noche bebiendo, es que se emborrachan muy temprano, les veo abrir los cartones de vino, las fantas con whisky barato, o lo que sea que le echen porque en realidad nunca lo he sabido, pero dudo que sea solo fanta. Me dan ganas de comprar unos cartones un dia y regalarselos, a cambio de que me dejen quedarme un rato con ellos. Siempre ríen, siempre se empujan en plan bromista, a esa hora, hasta parecen felices. Al mediodía cuando vuelvo, la cosa cambia. Despojos de vidas olvidadas, no puede haber nada peor que una vida olvidada. Hoy tenian musica puesta, me gustaría vivir con ellos. unos días al menos.
Al final llego a la frutería, delante de la boca del metro, dos o tres veces por semana compro manzanas, plátanos y naranjas. El frutero es gay, le gusto. A veces me hace descuento, o me regala algo. Es un buen tipo, pero tiene mala cara, nunca sabes quien tienes delante, que le habrá pasado en la vida, que problemas increíbles habrá superado, nunca lo sabes. Por eso me gusta inventarme sus vidas.
Entonces suena la última canción, siempre que salgo de la frutería, no quiero entrar en el metro, hasta que no termine, porque el metro es otro mundo, otra historia, otra gente.
Head Home, de Midlake. Llevo un año escuchandola sin parar. Y me acuerdo de Ella, a veces incluso la veo, ahí, al otro lado de la calle, en el semáforo, y me quedo toda la canción en el semáforo, viendo como cambia de rojo a verde, de verde a rojo....
El deseo. Elevo plegarias a dioses que no conozco y en los que no creo, pero da igual, yo pido! porque rezar es pedir. Conjuros, cábalas, consultas oraculares... todo funciona, y me siento agradecido. No necesito que Ella tambien me vea, se que me ve aunque no esté allí. Solo quiero que pase un rato conmigo...
Por que pensar en Ella, es como volver a casa.
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