Llegan siempre como un enjambre,
cacareando vocingleras,
dios mío como las odio.
Más que a los espejos.
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Con sus culos grandes,
su mirada grasienta,
su hedor, rancio y corrupto.
Las odio más que al agua fría,
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por la espalda.
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Se sientan a mi lado,
hablando de nada,
sin mover casi los labios,
encalladas en una vida estúpida.
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ancladas, atoradas, varadas.
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Con su idioma absurdo,
indescifrable.
Con sus desproporcionados Bocios,
que amplifican su estulticia.
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Su lengua se mueve más que el resto
de los músculos de su cuerpo.
hieden a fracaso.
no entiendo porque no se callan.
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Para siempre.
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E intentan llevar su naufragio emocional,
en un digno,
modesto y gratificante,
silencio.
