jueves, 6 de mayo de 2010
Relato 10 - LA PROPIEDAD
Las malas cosechas de 1310-1314 y de 1324-1329 desembocaron en lo que en Cataluña se llamó “lo mal any primer” el primer mal año, 1333. Ese año en Barcelona se estima que murieron cerca de diez mil personas a causa de la carestía general y el hambre, pero sobretodo, por la Peste Negra.
El peor año de epidemia fue sin embargo 1348, en el que se calcula que murió cerca de la quinta parte de la población Catalana, se repitió este fenómeno cada cinco o diez años durante más de un siglo.
En estas circunstancias se adquirió el terreno de la Propiedad, lo había obtenido un antepasado de la familia llamado Audal en 1335. Algunas partes de Cataluña, sobretodo las circundantes a las grandes ciudades costeras como Barcelona o Tarragona habían quedado semidespobladas, y la Nobleza había visto gravemente disminuida su renta anual. En consecuencia grandes parcelas de terreno se habían puesto a disposición de quien quisiera trabajarlas en condiciones de propiedad excepcionales para la época. El tal Audal, por lo visto fue muy hábil en el momento de negociar los términos de propiedad del terreno, las malas lenguas de las viejas de la familia cuentan que tenía una lío con la señora del castillo, cuyo marido había muerto en la ciudad a donde había ido para especular con los escasos excedentes.
Muy poca gente poseía la propiedad real de la tierra, pero Audal se las arregló para redactar un documento, copia del cual existe todavía hoy en día en los archivos de la corona de Aragon, donde el era el único propietario de la finca, doce hectáreas de terreno. Allí construyó la Primera casa, una modesta construcción al estilo de las Masias Catalanas que muchos siglos después se pondrían de moda. Las condiciones extraordinarias del contrato, crearon un fenómeno igualmente excepcional para la época.
Generalmente, cuando el hijo mayor se casaba heredaba la propiedad, los otros hijos varones tenían que buscarse la vida y obviamente, las hijas pasaban a ser poco menos que propiedad de los maridos con quien se casaran. Pero la astucia de Audal no concluyó con la famosa adjudicación de las mentadas tierras, dejó escrito como anexo al contrato de compra, que la Propiedad era indivisible y que cualquier intento de venta de la más mínima de sus partes, provocaría que se diera efecto a un testamento en el cual se entregaba toda la parcela a la Iglesia.
Seguramente hubo disidentes en la familia, tránsfugas generacionales y proscritos del apellido, pero en general se respetó su decisión y los hijos mayores, a medida que se iban casando iban ampliando la construcción original, añadiendo cobertizos, habitaciones, sótanos y bodegas, incluso pequeñas y secretas bibliotecas, capillas y torres, cuadras, despensas, comedores grandes y pequeños, diversas cocinas, terrazas y palomares, balcones y secaderos para el embutido, en lo más alto de algunas zonas. Diversos pozos circundaban la finca, algunos incluso quedaron con el tiempo absorbidos por las construcciones posteriores de modo que estaban en el interior de la casa.
Muchos fueron los hijos mayores que permitieron a eruditos hermanos y hermanas pequeñas casadas con hombres de poco patrimonio, quedarse en la la Propiedad. Ampliando y ampliando la casa central.
Los siglos que se contaron entre el XIV y el XVI fueron los peores, las epidemias asolaban la zona, las hambrunas y las diferentes guerras pusieron en peligro diversas veces a la finca y sus habitantes, pero precisamente su capacidad de autonomía les protegió de los peores males, encerrados en sus doce hectáreas cada vez que el mundo exterior parecía sucumbir ante el Apocalipsis.
La orografía de la finca, encuñada entre dos valles de difícil acceso también ayudó, las fuentes naturales, los riachuelos y los bosques primigenios que la circundaban y que a menudo irrumpían salvajes y indomables proporcionaban a la Propiedad todos los recursos necesarios para su autosuficiencia.
En el pueblo cercano se llamaba a la finca “la Masia dels Audals”. Algunos de los descendientes dotaron a la Propiedad de riquezas y lujos y a mediados del XVII uno sus más célebres miembros la embelleció y restauró con las enormes riquezas que había conseguido en sus viajes al nuevo mundo, desde entonces se asentó la tradición de que todos lo miembros que viajaban o vivían en el extranjero tenían que traer en algún momento de sus vidas, algún objeto de valor o de extraña factura, souvenirs o riquezas, lujos de culturas extrañas y desconocidas. En el extenso linaje, fueron innumerables los campesinos que cultivaron unas de las más ricas tierras de la comarca, pero también hubo pintores de renombre, astrónomos y astrólogos, numerosos religiosos y filósofos, estudiosos de los libros que procedían de oriente y médicos de moral distraída que realizaban experimentos en sótanos ocultos a la mirada curiosa de las decenas de niños que siempre revoloteaban por la casa, incluso se dice que hubo un pirata!.
Aquellos fueron los mejores años de la Propiedad, en su momento álgido se dice que llegó a dar cobijo a más de dos cientos miembros de la familia de los Audals. en las décadas posteriores la progresiva industrialización y la emigración hacía las grandes ciudades hizo disminuir el número de inquilinos, pero la tradición continuó a pesar de todo, y el “Hereu” que es como se llama en Cataluña al hijo mayor, casi siempre se hizo cargo de la finca.
A pesar de todo, lo más llamativo no es la construcción en si, laberíntica y caótica con toda probabilidad como ninguna otra si no el cementerio-jardin que inauguró el mismo Audal en 1340, cuando murió su mujer después de su séptimo parto. Audal la enterró en el jardín detrás de la casa, alejada de la construcción pero suficientemente cerca como para poder ver la tumba desde la ventana, Audal no soportaba la idea de enterrarla bajo tierra y que se la comieran los gusanos, así que construyó una plataforma elevada, sostenida por cuatro columnas de piedra y la colocó allí, envuelta en paños de lino y seda. Ella, la mujer de Audal, fue la primera inquilina de un cementerio que se fue llenando a través de los sucesivos siglos con miembros de la familia, la casa se expandía hacía adelante, el cementerio hacia atrás. Con el tiempo se fue ajardinando y muchos fueron los miembros que optaron por la forma de entierro tradicional de la familia, en plataformas elevadas sostenidas por columnas de piedra, y al aire libre, pero no todos. También había tumbas normales en el suelo, panteones de ramas de la familia menos románticas y más pragmáticas, nichos y colecciones de urnas, tumbas pomposas y rincones olvidados, incluso uno de los tíos, famoso arqueólogo y aventurero, a finales del XIX se construyó una pequeña pirámide y se hizo enterrar en un sarcófago!. Pero todo siempre rodeado de frondosos jardines, en algunos lugares más bellos y cuidados y en otros sombríos y oscuros.
Una enorme mole a la que a través de setecientos años se le habían ido añadiendo habitaciones hasta llegar a las cerca de tres cientas, y con un cementerio-jardin que casi consumía ya la mitad de las doce hectáreas de la finca, un auténtico laberinto donde dormían el sueño eterno miles de miembros de la familia, no es de extrañar que, cuando era pequeño, me perdiera varias veces tanto en la casa como en el jardín y que descubriera lugares, libros, pasadizos y recónditos laberintos, objetos de inimaginable facción, tumbas interconectadas, zulos con riquezas propias de reyes, pergaminos, instrumentos de medición que median cosas imposibles, joyas, huesos, cámaras surrealistas, habitaciones donde nadie había vivido en más de trescientos años, tratados y volúmenes arcanos, juguetes de otra era y significado, armarios gigantes repletos de vestidos y tocados de todos los lugares del mundo, cocinas propias de reyes y fogones propios de brujas, alambiques kilométricos, laboratorios medievales, modernos y contemporáneos, depósitos de mapas y cartografía de mundos extraordinarios, recetas y fórmulas de inspiración divina o infernal, fantasmas de familiares anacrónicos y espíritus divertidos que me acompañaban.
Todo esto, fue material habitual de mis pequeñas desapariciones, a las que por otro lado, todo el mundo estaba acostumbrado. Pero jamás nada de lo que encontré me sorprendió tanto, como el día que llevando tres días ya perdido en lo más profundo de la Propiedad, un seis de abril, el día de mi décimo segundo aniversario, descubrí la cámara secreta del Tiet Gervasi, famoso alquimista del XVIII, en la cual por cierto, dos cientos años después, él todavía residía, fue en ese momento y de la mano del Tiet Gervasi, quien se convertiría en mi mentor hasta el día de hoy, en el que tomé la decisión que quizás sea la más importante de mi vida.
“Tengo que explorar toda la Propiedad rincón por rincón, la casa y el cementerio-jardin. Y tengo que hacer un mapa detallado de todo y todos, escribiré un diario!”
Lo que continúa, son los escritos, mapas, descripciones y conversaciones que he recopilado durante los siguientes treinta años, que es el tiempo que he tardado en recorrer de cabo a rabo la Propiedad y de hablar con sus inquilinos (no todos de carne y hueso) antes de darme por vencido.
Magí Audal. 1932.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)